La sonrisa inocente. El bullicio y la alegría de la gente me envolvía. Por alguna razón, supongo que en un intento de integrarme, cogí al gato y lo empezé a agitar sistemáticamente. Nadie hizo nada, nadie dijo nada. Las agitaciones se tornaron en golpes y la frecuencia de los mismos aumentaba. Nadie hacía nada, nadie decía nada. Los golpes aumentaban en dureza y frecuencia. Mi sonrisa aumentaba a medida que la de los demás se borraba. Al final el gato yacía en el suelo, mis manos estaban ensagrentadas y me sonreía el alma. Nadie hizo nada, nadie dijo nada. Los invitados fueron abandonando la fiesta.
Ocurrió en uno de mis primeros cumpleaños, desde entonces no me ha gustado sonreír.
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