Frío ¡Qué frío hace!, exclaman algunos. ¡Ja! ¡Me río yo de los esquimales! Me rio yo de quién es capaz de lanzar esa exclamación cuando no ha sentido siquiera el frío del mísmisimo Lúcifer, inmolado incesantemente. Carcajeo ante quién no ha sentido la quietud absoluta de átomos que produce el movimiento impasible de la sociedad, ni siquiera una mirada de desprecio: ¡cuánto frío!
Desprecio al ignorante que no conoce los témpanos de hielo de la soledad que atraviesan el corazón, ni el granizo de la marginación que hiela el cuerpo de los pies a los ojos y las encías.
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